Por Rubén Sabas Gómez
Parque Chacabuco
Hay unos árboles gigantes
que me saludan al amanecer,
juegan con el alba,
y es una mancha verde
en la ciudad
que da fuerza a la existencia.
No sé si me miran
o quieren abrazarme,
ellos guardan la presencia
de la vida.
A lo lejos la música
de la calesita de Tatín,
con el niño pobre
que mira de afuera,
el vaivén de la sortija.
Sus bancos verdes de madera,
y aquellos de cemento
se ven detrás de la cortina
de los árboles.
En algunos de ellos
estuvieron dos ancianos,
jugando al ajedrez
de su existencia.
Mientras el amor vuela
por el aire,
está el susurro de las rosas
y los sapitos callados
miran la estatua de aquel niño
que orinando muestra la
inocencia.
Al pasar ahora por la autopista
la Virgen Milagrosa
en lo alto nos observa,
¡Cuántas veces caminó con
nosotros!
en el parque;
mostrando la fragancia,
la ternura,
que nos brinda el parque
Chacabuco.
ES LA NATURALEZA QUE NOS BESA,
Y EN LAS TARDES,
ENDULZA NUESTRA
ALMAS.
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