EDITORIAL. Lo que queda en pie Patrimonio cultural. Memoria e identidad


Bulrrich Urbano, por Mayol— Caras y Caretas  Nro. 6
del 12 de noviembre de 1898
“Ya que con Modernismo nos arenga
respecto a la ciudad, bueno es que trate
de sacarlè lo viejo que contenga,
aunque en el municipio se lo tenga
Por loco de remate.”



“El tiempo, las preocupaciones y el indiferentismo  van haciendo desaparecer de Buenos Aires los recuerdos del pasado, que en otros países el pueblo y las autoridades conservan a porfía, siquiera sea como elementos de juicio para conocer épocas célebres en los fastos de su evolución, que no se repetirán jamás, pero que conviene saber por lo menos para examinar con conciencia y explicar con verdad esos fenómenos sociales, peculiares a cada agrupación humana, que tienen su origen  ya en la naturaleza del suelo, que  modifica y moldea los hábitos y costumbres de los hombres, ya en los elementos étnicos que sirvieron de base para construir su entidad. Mientras nosotros tenemos un intendente municipal criollo, que para festejar con criterio vengador el aniversario de un suceso político de relativa importancia en la historia de nuestra evolución  social emplea piqueta de sus peones en demoler un viejo edificio sugestivo y típico, característico de una época, reflector poderoso para los sabios que investigan y deducen de los momentos, mudos para la generalidad, verdades que sorprenden, en Europa esas mismas piquetas oficiales remueven la tierra para descubrir una ciudad cubierta de lava de un volcán, excavan el fondo de un mar para encontrar restos de palacios sumergidos, horadan una montaña para proporcionar a los que estudian, los medios de esclarecer el origen de una raza o descubrir, por las huellas que dejó, sus caracteres propios y especiales.”
Lleno de una actualidad que espanta por no haber aprendido nada, el párrafo precedente tiene 116 años y es el comienzo de una extensa nota escrita por Fray Mocho para el número 18 de la publicación Caras y Caretas del de febrero de 1899. La nota, que no tiene desperdicio pero que no podemos reproducirla entera aquí por falta de espacio, habla de la destrucción de la casa de Juan Manuel de Rosas situada en el actual parque 3 de Febrero. La Buenos Aires liberal de los 80, argumentando  “progreso y civilización” cambió el rostro “brutal e hispano” de la Capital por uno “civilizado y francés”. Los intendentes Alvear y Bullrich comandaron la destrucción deli­berada y lo consiguieron. No tenemos en nuestra capital casi ningún edificio colonial. Dicha casona molestaba por hispana, pampeana y  bárbara. Era reflejo de la época Federal, algo que había que desterrar. El entonces intendente Adolfo Bullrich en un claro signo político (esa mezquindad oportunista a la que tristemente estamos acostumbrados) ordena su destrucción en el mismo día que Rosas fue derrotado en Caseros varias décadas antes. El diario La Prensa a propósito de esta destrucción dijo ser un “acto educativo del sentimiento cívico” afirmando además que  “ninguna razón había para empeñarse en mantener en pie una construcción vulgar, destituida de todo carácter arquitectónico… cuya vista solo remueve memorias de sangre, de crimen y de opresión y barbarie”. Llamativo. En realidad el edificio era una magnífica obra arquitectónica diseñada por el ingeniero Felipe Senillosa.
Volviendo a la preclara nota de Fray Mocho, detalla luego todos los hechos históricos, costumbres,  personajes y próceres que el caserón albergó o por él pasaron, y que se borrarían de un plumazo con el edificio destruido.  Luego dice textual a cerca de Bullrich que “iba a demoler de un puntapié algo que a los sabios del futuro les costará muchas vigilias reconstruir. Por eso nosotros protestamos contra atentado semejante, y ya que nuestra protesta no basta para parar la piqueta demoledora, queremos por lo menos reparar su daño, dejando constancia gráfica de todo aquello relativo a la época bárbara, que aún queda en pie en esta ciudad y sus alrededores. Poco es, pero es algo”. A continuación describe una serie de edificios que permanecían (Palomar de Caseros, las Crujías de Santos Lugares, etc.) y el final de la nota aclara que su única finalidad es dejar un registro histórico sin tomar ningún tipo de partido por nada.
Cabe destacar que para  Daniel Schávelzon y Jorge Ramos, importantes referentes actuales en la arqueología urbana de la ciudad, en un artículo escrito en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos destacan al desaparecido caserón  como  “un proyecto ecológico en gran escala, de carácter habitacional – productivo – recreativo, y abierto al uso público” y “Con respecto al edificio principal o residencia, podemos decir que se trata de la obra de arquitectura más importante del primer medio siglo argentino, inscribiéndose en una corriente que significó el primer intento de una arquitectura nacional”. - Gracias Bullrich. Sólo tenemos alguna vieja foto.-
No pretendemos detenernos en este caso en particular, sino tomarlo de alguna manera como caso testigo posible.  ¡Hay tantos!
Primero llama la atención cómo ya en esa época había un sector de la sociedad que tenía una importante conciencia acerca de la necesidad de resguardar y cuidar la memoria. Proteccionistas hay hace años. Llama la atención también cómo los argumentos usados para destruir aquello que puede anclar la memoria son siempre parecidos. Oponen un mal entendido progreso al cuidado del patrimonio. Pero además intentan disimular o desvalorizar el valor del cuidado patrimonial histórico. Lo cierto es que se sigue destruyendo la memoria colectiva a mansalva.
En la ciudad de Buenos Aires, y sólo tomando el ejemplo de los edificios históricos (que no son los únicos hechos de cultura que se deben preservar),  hay un organismo llamado Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales  que debiera cuidar dicho patrimonio y que en la práctica está más del lado de los operadores inmobiliarios  que de defender los edificios con valor histórico. Aún con una ley  de la ciudad que prohíbe la destrucción de edificios anteriores a 1941. Sabemos que hecha la ley, hecha la trampa.
El punto central es que se pasa rasero a nuestra identidad histórica, borrándola de la superficie y logrando de esa manera perder identidad social. Permanentemente se construye una sociedad sin raíces, sin identidad y que desconoce su pasado. La política utiliza en estos casos, por ejemplo, el mercado inmobiliario como socio. La misma política reconoce hace tiempo  que la identidad de un pueblo hace a su fortaleza e independencia de pensamiento. Un pueblo sin personalidad es más fácil de manejar. Los procesos llamados tendenciosamente de globalización y transculturación no son más que un nuevo paso hacia la imposición cultural y conquista. Globalizar supone un ida y vuelta, y eso no pasa.
El patrimonio es un conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. Es un conjunto de bienes propios. En este caso bienes sociales, bienes históricos. Perder ese patrimonio  es perder eso que nos identifica.  Es perder la conciencia que como sociedad tenemos de ser nosotros mismos y distintos de los demás. Es condenarnos a la dependencia.
Entonces ya nada nos pertenece ni nos define, porque solo somos un reflejo vacío de otras realidades.
A.P

El primer vecino por estos pagos



Por Horacio Galacho


No era exactamente vecino, pero estaba por aquí cerca.  Para saber cómo, cuándo y dónde se ubicó, hay que remontarse a  febrero de 1580, cuando Juan de Garay, como representante del Adelantado Torre de Vera y Aragón hizo pregonar en Asunción un bando para poblar el puerto de Buenos Aires. Los que participaran recibirían mercedes de tierras, encomiendas de indios y permisos para la explotación del ganado yeguarizo salvaje que vagaba por estas regiones. Sólo eso; nadie recibiría dinero en efectivo (como en otros casos) a menos que ocurriese una rebelión. 


No era exactamente vecino, pero estaba por aquí cerca.  Para saber cómo, cuándo y dónde se ubicó, hay que remontarse a  febrero de 1580, cuando Juan de Garay, como representante del Adelantado Torre de Vera y Aragón hizo pregonar en Asunción un bando para poblar el puerto de Buenos Aires. Los que participaran recibirían mercedes de tierras, encomiendas de indios y permisos para la explotación del ganado yeguarizo salvaje que vagaba por estas regiones. Sólo eso; nadie recibiría dinero en efectivo (como en otros casos) a menos que ocurriese una rebelión. 



La convocatoria logró reunir sesenta y cuatro jefes de familia, incluyendo una única mujer: Ana Díaz, pero después se agregarían muchos como puede verse cuando se repartieron los solares de la ciudad. Muy pocos eran españoles de origen, los más habían nacido en América, de padres europeos o, más comúnmente, mestizos. Esto se debía a que en Asunción las mujeres blancas eran muy pocas y los hombres habían optado por agenciarse verdaderos harenes de mujeres indígenas que les proporcionaron una descendencia numerosa.
Tal como estaba prometido Garay concedió a los fundadores unas treinta encomiendas de indios mbeguaes y chanás, pero con poca ganancia. La mayoría de los indígenas abandonaron a sus amos y se marcharon al interior de la pampa. Lo principal fue el otorgamiento de solares en la ciudad y de tierras para la explotación agrícola y ganadera en la zona rural.
La planta urbana (tan teórica que solo existía en el plano) consistía en un rectángulo de 16 cuadras de largo por 9 de ancho orientado “a rumbo completo”, es decir, de norte a sur y de este a oeste. Resultaron así 144 manzanas cuadradas distribuidas en damero que cubrían un área hoy delimitada por las calles Balcarce-25 de Mayo al este, Salta-Libertad al oeste, la Avenida Independencia al sur y la Avenida Córdoba al norte.
La mayor parte de los solares concedidos en las primeras tres hileras de manzanas a partir del río, abarcaban un cuarto de éstas. En el resto de la ciudad fueron manzanas enteras. En total Garay concedió 232 solares, además de una buena cantidad que quedó sin destino.
En torno del casco se estableció lo que se llamaba ejido, un terreno público que serviría para la ampliación de la urbe cuando la población creciera, para que el cabildo tuviera tierras de donde obtener una renta y para que los vecinos pusieran a pastar sus animales, guardar las carretas y otros menesteres. En forma aproximada el ejido se extendía al norte hasta la actual calle Arenales, al sur hasta la Avenida San Juan y al oeste hasta las avenidas La Plata-Río de Janeiro.
Debido al peligro que representaban los indios no sometidos, Garay no otorgó mercedes en la zona rural unos meses más tarde, en octubre de 1580. En la parte más cercana al ejido, entregó “suertes” (es decir, fracciones de tierra) para chacras destinadas a la agricultura y a la cría de ganado menor, para el abasto de la ciudad. Eran terrenos de entre 300 y 500 varas (433 m) de frente y una legua (5 km) de fondo. En la parte más alejada concedió suertes de estancias, terrenos más grandes que los anteriores, de 3000 varas o media legua de frente (2,5 km) por una legua y media (7,5 km) de fondo que se aplicarían a la cría de ganado mayor (vacunos, caballos, mulas y cerdos).
A diferencia de las propiedades urbanas, las rurales se trazaron “a medio rumbo”, es decir de noreste a sureste. El fundador empezó por conceder 65 terrenos, uno al lado del otro, sobre la costa del Río de la Plata, al norte de la ciudad (Recoleta, Palermo, Belgrano, Núñez…) a partir de la punta que formaba la costa en lo que hoy es el barrio de Retiro. Siguió con veintinueve suertes de estancias hacia el sur, desde Avellaneda hasta Magdalena, dos suertes de estancias con dimensiones atípicas, sobre el Riachuelo, cerca del la desembocadura (Barracas y Pompeya), veintiún suertes de estancia a una y otra banda del río Luján, diez en el río Areco y seis en el Paraná de las Palmas.
Como se ve, los terrenos  estaban ubicados, en general, sobre la región adyacente al Río de la Plata. El interior se mantuvo despoblado hasta que tras la muerte de Garay (1583) otros gobernadores los concedieron a nuevos personajes.
El conjunto de propiedades rurales ubicadas junto a cada río formaban un “pago” nombre que se daba en España a un distrito de tierras o heredades, especialmente cuando éstas contenían viñas u olivares. Así se constituyeron el Pago de la Costa o Monte Grande (sobre el Río de la Plata, al norte de la ciudad), el Pago de Magdalena (sobre el Río de la Plata, al sur de la ciudad), el de Luján (sobre el río de este nombre), el de Areco, el de las Palmas y el del Riachuelo.
Este último abarcaba solo el sector de  las chacras cercanas a la desembocadura que se mencionaron antes y nunca fueron ocupadas. El resto del territorio aledaño a esta corriente de agua, era conocido como Pago de La Matanza, que abarcaba desde Lanús hasta el río Salado (en la provincia de Buenos Aires), Villa Soldati, Flores, Parque Chacabuco y todo el resto de la Ciudad de Buenos Aires hacia el oeste a partir del ejido y de los fondos de las estancias del Pago de la Costa.
El primer vecino del Pago de la Matanza cuyas tierras estaban en las inmediaciones del barrio de Parque Chacabuco parece ser Juan García de Taborejo cuya propiedad le fue otorgada en 1588. Esta era una suerte de chacra de 300 varas de frente por una legua de fondo que, según se presume, debía extenderse entre la calle Culpina y la Avenida San Pedrito y entre la barranca del Riachuelo (la que bordea el “bajo Flores”) y la calle Jonte, en el barrio de La Paternal. Estas referencias son solo aproximaciones muy someras pues debe tenerse en cuenta que mientras que las calles mencionadas van de norte a sur, los límites de las chacras corrían en forma oblicua, de sudeste a noroeste.
En los primeros años de la fundación las tierras concedidas no despertaron el  interés de los pobladores y varias propiedades fueron abandonadas o vendidas a precios irrisorios. Un factor que contribuyó a ello fue el hecho de que los terrenos solo estaban fijados en el papel y nadie estaba seguro de cuáles eran los límites reales de su fracción. Los intentos de realizar una mensura oficial general fracasaron.
Hubo numerosos juicios por usurpaciones (maliciosas o involuntarias) y quejas de los vecinos. Para cortarlas el Cabildo dispuso en 1590 que antes de ser ocupados los terrenos fueran mensurados por un par de funcionarios oficiales a quienes los dueños debían pagar por su trabajo el justo precio de una gallina.
En esa etapa la mayor preocupación de los pobladores era la supervivencia. La pobreza era general y el repliegue de los nativos obligó a los orgullosos conquistadores a realizar con sus propias manos todas las tareas que ellos suponían debían realizar sus sirvientes, como traer agua del río, lavar la ropa o cultivar la sementeras. Según dicen las cartas elevadas al rey, por falta de ropa las familias no concurrían a la iglesia y por falta de vino no se decía misa.
El comercio con el extranjero estaba prohibido y, por lo tanto, aunque no faltaba la comida, con excepción del azúcar y el aceite, no había manera de realizar intercambios que permitieran hacerse de artículos necesarios para la vida.
Desde 1581, el rey de España, Felipe II había incorporado a Portugal a su domino pero este país era administrado como un reino independiente. Por eso, a los portugueses, incluyendo a los del vecino Brasil se les prohibía (inútilmente) ejercer el comercio con el Río de la Plata. Además los muchos que vivían en Buenos Aires, eran sospechados de judaísmo o de haberse convertido al cristianismo sin convicción. El prejuicio religioso tenía su fundamento en el hecho de que, ciertamente, varios conquistadores y colonizadores del Brasil eran judíos.
Mientras tanto la corona luchaba contra un déficit financiero crónico que había desembocado en bancarrota (hoy lo llamamos default) en 1560, 1575 y 1596. Le urgía conseguir dinero y para ello recurrió al expediente de poner a la venta los cargos públicos. Una vacante de regidor, por ejemplo, iba a remate y un español podía comprarla para ejercerla o para revenderla en América con una ganancia. Esto no auguraba nada bueno para los fundadores que habían obtenido sus títulos, cargos y tierras por los servicios prestados al rey.
En fin, para la primera década del 1600 estaban todos los componentes como para que en Buenos Aires se produjera un extraordinario aumento de los bienes materiales y de los males de la política. Y los propietarios del Pago de la Matanza, en especial los de Parque Chacabuco, estuvieron involucrados tanto en lo primero como en lo segundo.
Esto es para contarlo en un próximo artículo.