EDITORIAL ¿Qué ciudad queremos?

Por Adrian Placenti

La ciudad se transforma,  

dice alegre la gente.
También lo digo yo.                   
Mi tono es diferente.

El martes 29 de mayo, cerca de las 10 de la mañana, el barrio se inundó de sonidos infrecuentes: sirenas de ambulancias, bomberos, helicópteros. La esquina de Av. Directorio y Emilio Mitre fue testigo de un nuevo derrumbe de una obra en construcción. La medianera cedió y seis obreros resultaron heridos. “Por suerte” no hubo que lamentar ninguna víctima fatal… ¿Y van? Desde el 2008 más de una veintena de derrumbes, algunos con víctimas fatales, siendo los más “mediáticos” y tremendos los del gimnasio de Villa Urquiza y el edificio de la calle Bartolomé Mitre. Habrá que preguntarse qué pasa con los controles, pero ese no es el tema central de estas líneas.
La pregunta es… ¿estamos construyendo la ciudad que queremos?
¿Más edificios de departamentos en la Capital? ¿Qué tipo de planificación  urbana se está llevando adelante? ¿A qué obedece tanta construcción en este centro urbano? ¿Es necesario?
Se me ocurren varios puntos a considerar:
Demografía: es claro que Argentina padece una distribución demográfica muy despareja. De 40 millones de habitantes el Área Metropolitana Urbana concentra unos 13 millones de personas, aproximadamente un 33%. El éxodo rural y la concentración urbana es una tendencia-problema mundial. Pero en nuestro país esta tendencia es vieja. En el ranking de las ciudades más pobladas a nivel mundial ocupamos el 4to. lugar.
Calidad de vida, espacios verdes: La Organización Mundial de la Salud fija como un estándar óptimo para la vida 15 m2 de espacios verdes por habitante en las grandes ciudades. La Ciudad de Buenos Aires cuenta con 1,80 m2 por habitante, y contando la reserva ecológica asciende a 3 m2 por habitante. Evidentemente estamos muy lejos.
La centralización de la actividad comercial y civil, la falta de subtes y de una red de servicio público de transporte eficiente, el ingreso de millones de personas cada día, son viejos problemas irresueltos. Tránsito totalmente colapsado, horas hombre que se pierden, viajando y viajando, esperando y desesperando. Claro que esto responde a múltiples razones, como venimos describiendo. Pero estamos construyendo una ciudad inviable.
¿Qué lógica acuna seguir llenándola de edificios? (en su mayoría de 1 y 2 ambientes...)
Es claro que este “Boom” inmobiliario responde a intereses económicos y especulaciones que poco tienen que ver con el bien común… ¿Y la política? Tendría que velar por dicho bien común, pero como en tantas ocasiones se aparta de su objeto…
Pero además (o ¿principal-mente?) esta construcción indiscriminada y no regulada ni orientada está destruyendo nuestro pasado en pos del... ¿progreso? Y tenemos escuela. Lamentablemente.
Nuestra ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, castiza de nacimiento, ha borrado su rostro colonial. Sólo quedan pocos rastros de nuestra hispanidad: un maltratado Cabildo (¡Epa! ¡Que el progreso tiene que pasar por acá! ¡Abramos una calle! ¡No…,mejor una avenida…, y grande! Cortemos el Cabildo! ¡Saquémosle tres arcos de cada lado! ¿Y la Recova, para qué sirve? ¡También a tirarla abajo...!) perdón, perdón por la digresión. Decía, el Cabildo, la casa de Liniers de 1788 en la calle Venezuela al 400 recientemente rescatada de su desaparición gracias a la acción vecinal porque si no la íbamos a ver en los libros, San Ignacio, el conjunto de los edificios integrados por la casas conocidas como Altos de Elorriaga y la Casa de María Josefa Ezcurra en Alsina y Defensa construidos alrededor de 1812, y un puñado más (como Santo Domingo) muy modificados en sus frentes y desperdigados. Claramente al pasear por el centro de la ciudad uno no siente el pasado colonial…
Sistemáticamente la destrucción de nuestras raíces… Preservar el pasado es no perder la memoria. E idolatrar el progreso oponiéndolo a ese cuidado de nuestro pasado es una falsa opción y un engañoso y mentiroso enunciado. Pasado y progreso pueden y deben ir de la mano. No hace falta más que observar, en ese aspecto, a Europa: no vamos a discutir su mayor avance tecnológico ni cómo su historia es preservada cuidadosamente. Lo saben bien, no se ensañan con su pasado…
La memoria es necesaria para saber quiénes somos. Perdemos nuestra identidad borrando los rastros de lo que fuimos. Y eso nos debilita. Perder quienes fuimos nos impide ser hoy. Nos priva de una actualidad plena.
Perdemos los zaguanes, las molduras, las glicinas y madreselvas, los patios…, perdemos el barrio… y si somos barrio… , ¿por qué nos lo quitan?
¿Cuál es el beneficio? Para algunos pocos, mucho; para otros muchos, nada.
¡Si hasta nuestro “Mar dulce” hemos olvidado!, ciudad sin río por propia decisión. ¡Qué lindo sería pasear por una costanera, tomando unos mates, luego del trabajo! ¡Cuánto perdimos en pos del…¿progreso, desarrollo?!
Desde el pasado y con la memoria fresca: sólo desde allí, teniendo bien en claro quiénes somos y de dónde venimos, podremos construir un futuro sólido. No hay porvenir basado en el olvido.
Faltarían los cimientos.
A fines del 2006 la ciudad frenó permisos de construcción por unos meses. La propuesta en esos momentos fue la de sentarse a definir “como serán los barrios”. Cuidado de patrimonio y planificación sería el horizonte, aunque no se lo vislumbra. También aparecieron ONGs como “Basta de demoler”, “Proteger Barracas”, “S.O.S. Caballito”, entre otras, con iniciativas en este sentido. Pero por supuesto la presión echó por tierra estas iniciativas, y aunque algunas batallas se han ganado, hoy tenemos desde ya hace varios años una construcción indiscriminada, innecesaria, que nos dejará una ciudad muy difícil para vivir, una ciudad
inviable.
Baldomero Fernández Moreno, vecino del barrio de Flores -vivió en la calle F. Bilbao- con esa percepción propia del artista, ya en 1928 escribió el siguiente soneto:

Hoy me fui a caminar alrededor de Flores,
entre viejos portones y tristes miradores.
Aquella hermosa quinta de cuando era estudiante,
tan noble, tan oscura, tan fresca, tan fragante,

La que tenía al centro patriarcal caserón
y ramas florecidas en cada paredón
yace toda deshecha y en el amplio solar
un sin fin de viviendas se quieren levantar.

El césped está lleno de múltiples despojos,
no hay más que andamios grises y tirantillos rojos.
Al pie de una palmera se abre un pozo de cal

y entre cascotes sucios se defiende un rosal.
La ciudad se transforma, dice alegre la gente.
También lo digo yo. Mi tono es diferente.

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