“El tiempo, las preocupaciones y el indiferentismo van haciendo desaparecer de Buenos Aires los recuerdos del pasado, que en otros países el pueblo y las autoridades conservan a porfía, siquiera sea como elementos de juicio para conocer épocas célebres en los fastos de su evolución, que no se repetirán jamás, pero que conviene saber por lo menos para examinar con conciencia y explicar con verdad esos fenómenos sociales, peculiares a cada agrupación humana, que tienen su origen ya en la naturaleza del suelo, que modifica y moldea los hábitos y costumbres de los hombres, ya en los elementos étnicos que sirvieron de base para construir su entidad. Mientras nosotros tenemos un intendente municipal criollo, que para festejar con criterio vengador el aniversario de un suceso político de relativa importancia en la historia de nuestra evolución social emplea piqueta de sus peones en demoler un viejo edificio sugestivo y típico, característico de una época, reflector poderoso para los sabios que investigan y deducen de los momentos, mudos para la generalidad, verdades que sorprenden, en Europa esas mismas piquetas oficiales remueven la tierra para descubrir una ciudad cubierta de lava de un volcán, excavan el fondo de un mar para encontrar restos de palacios sumergidos, horadan una montaña para proporcionar a los que estudian, los medios de esclarecer el origen de una raza o descubrir, por las huellas que dejó, sus caracteres propios y especiales.”
Lleno de una actualidad que espanta por no haber aprendido nada, el párrafo precedente tiene 116 años y es el comienzo de una extensa nota escrita por Fray Mocho para el número 18 de la publicación Caras y Caretas del de febrero de 1899. La nota, que no tiene desperdicio pero que no podemos reproducirla entera aquí por falta de espacio, habla de la destrucción de la casa de Juan Manuel de Rosas situada en el actual parque 3 de Febrero. La Buenos Aires liberal de los 80, argumentando “progreso y civilización” cambió el rostro “brutal e hispano” de la Capital por uno “civilizado y francés”. Los intendentes Alvear y Bullrich comandaron la destrucción deliberada y lo consiguieron. No tenemos en nuestra capital casi ningún edificio colonial. Dicha casona molestaba por hispana, pampeana y bárbara. Era reflejo de la época Federal, algo que había que desterrar. El entonces intendente Adolfo Bullrich en un claro signo político (esa mezquindad oportunista a la que tristemente estamos acostumbrados) ordena su destrucción en el mismo día que Rosas fue derrotado en Caseros varias décadas antes. El diario La Prensa a propósito de esta destrucción dijo ser un “acto educativo del sentimiento cívico” afirmando además que “ninguna razón había para empeñarse en mantener en pie una construcción vulgar, destituida de todo carácter arquitectónico… cuya vista solo remueve memorias de sangre, de crimen y de opresión y barbarie”. Llamativo. En realidad el edificio era una magnífica obra arquitectónica diseñada por el ingeniero Felipe Senillosa.
Volviendo a la preclara nota de Fray Mocho, detalla luego todos los hechos históricos, costumbres, personajes y próceres que el caserón albergó o por él pasaron, y que se borrarían de un plumazo con el edificio destruido. Luego dice textual a cerca de Bullrich que “iba a demoler de un puntapié algo que a los sabios del futuro les costará muchas vigilias reconstruir. Por eso nosotros protestamos contra atentado semejante, y ya que nuestra protesta no basta para parar la piqueta demoledora, queremos por lo menos reparar su daño, dejando constancia gráfica de todo aquello relativo a la época bárbara, que aún queda en pie en esta ciudad y sus alrededores. Poco es, pero es algo”. A continuación describe una serie de edificios que permanecían (Palomar de Caseros, las Crujías de Santos Lugares, etc.) y el final de la nota aclara que su única finalidad es dejar un registro histórico sin tomar ningún tipo de partido por nada.
Cabe destacar que para Daniel Schávelzon y Jorge Ramos, importantes referentes actuales en la arqueología urbana de la ciudad, en un artículo escrito en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos destacan al desaparecido caserón como “un proyecto ecológico en gran escala, de carácter habitacional – productivo – recreativo, y abierto al uso público” y “Con respecto al edificio principal o residencia, podemos decir que se trata de la obra de arquitectura más importante del primer medio siglo argentino, inscribiéndose en una corriente que significó el primer intento de una arquitectura nacional”. - Gracias Bullrich. Sólo tenemos alguna vieja foto.-
No pretendemos detenernos en este caso en particular, sino tomarlo de alguna manera como caso testigo posible. ¡Hay tantos!
Primero llama la atención cómo ya en esa época había un sector de la sociedad que tenía una importante conciencia acerca de la necesidad de resguardar y cuidar la memoria. Proteccionistas hay hace años. Llama la atención también cómo los argumentos usados para destruir aquello que puede anclar la memoria son siempre parecidos. Oponen un mal entendido progreso al cuidado del patrimonio. Pero además intentan disimular o desvalorizar el valor del cuidado patrimonial histórico. Lo cierto es que se sigue destruyendo la memoria colectiva a mansalva.
En la ciudad de Buenos Aires, y sólo tomando el ejemplo de los edificios históricos (que no son los únicos hechos de cultura que se deben preservar), hay un organismo llamado Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales que debiera cuidar dicho patrimonio y que en la práctica está más del lado de los operadores inmobiliarios que de defender los edificios con valor histórico. Aún con una ley de la ciudad que prohíbe la destrucción de edificios anteriores a 1941. Sabemos que hecha la ley, hecha la trampa.
El punto central es que se pasa rasero a nuestra identidad histórica, borrándola de la superficie y logrando de esa manera perder identidad social. Permanentemente se construye una sociedad sin raíces, sin identidad y que desconoce su pasado. La política utiliza en estos casos, por ejemplo, el mercado inmobiliario como socio. La misma política reconoce hace tiempo que la identidad de un pueblo hace a su fortaleza e independencia de pensamiento. Un pueblo sin personalidad es más fácil de manejar. Los procesos llamados tendenciosamente de globalización y transculturación no son más que un nuevo paso hacia la imposición cultural y conquista. Globalizar supone un ida y vuelta, y eso no pasa.
El patrimonio es un conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. Es un conjunto de bienes propios. En este caso bienes sociales, bienes históricos. Perder ese patrimonio es perder eso que nos identifica. Es perder la conciencia que como sociedad tenemos de ser nosotros mismos y distintos de los demás. Es condenarnos a la dependencia.
Entonces ya nada nos pertenece ni nos define, porque solo somos un reflejo vacío de otras realidades.
A.P
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